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No somos como hojas en el viento o como una nube pasajera. Nuestra existencia en la tierra, aunque sea de corta duración, tiene una misión muy alta que cumplir.
Chispa de Dios, soplo de Dios somos. Somos su presencia, su signo, su mensaje.
Al crearnos Dios, de hecho, nos quiso a su imagen y escribió en nuestra existencia el cumplimiento de su plan de amor. Al llamarnos a la existencia, puso su confianza como Padre en nosotros. Y él dijo: “Todo lo que le has hecho al más pequeño de los hermanos me lo has hecho a mí”.
Lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande se encuentran, porque lo infinitamente grande se declara presente y se identifica con lo infinitamente pequeño. El más pequeño es el que habitualmente vive junto a nosotros, especialmente el que no tiene un valor particular.
Cada uno de estos pequeños es parte de nosotros, un componente de nuestra propia existencia, de nuestra historia, de nuestra patria, de nuestra familia. No somos diferentes ni distantes de ellos. Por eso, en su rostro debemos ver nuestra propia imagen, nuestra realidad, nuestro rostro hasta que todos tomemos conciencia de que somos y debemos vivir con los rasgos del rostro de Dios.
Así contemplamos el rostro de Dios en nosotros mismos y en los demás.
Nos abrimos a la fiesta de las contemplativos en un día dedicado a una mujer extraordinariamente inteligente y dinámica: Teresa de Ávila.Sin embargo, la recurrencia no es solo un evento ocasional, un punto de referencia; es un momento de mayor conciencia para nosotros.
La fiesta de los contemplativos es una certeza, una convicción y, por tanto, una decisión: queremos hacer realidad la realidad de que todos somos el rostro de Dios y que debemos vivir la conciencia de la dignidad de todo hombre.
La humanidad está viviendo un momento delicado y difícil. Es una época de transición, de grandes transformaciones y evoluciones. También es un tiempo de gracia, un tiempo nuevo que se nos ofrece lleno de significado.
Es el tiempo del anuncio de que la Buena Nueva, el Evangelio, el mensaje auténtico para todos los hombres. Jesús, la Sabiduría divina encarnada, se hizo hombre entre los hombres, a la vez de vivir una intensa relación con el Padre. Del mismo modo el hombre, el contemplativo, no debe distanciarse de los demás hombres, sino que debe encarnarse donde vive y vivir las dimensiones de la Sabiduría, es decir, la armonía, la belleza, la justicia, el amor.
El hombre que ha sido alcanzado por la Luz debe permanecer en esta realidad y constituirse como luz, sal, levadura para él y para todos sus hermanos.
Todos nosotros estamos llamados a vivir así. Todos estamos llamados a ser “contemplativos”.
La fiesta de los contemplativos es, pues, una jornada de conciencia e intensa actividad apostólica.
Se nos pide que seamos el cuerpo de Cristo: Cristo vivo y obrando en el mundo, el mundo que es nuestro hogar, nuestra morada, pero sobre todo el templo de Dios.
Se nos pide que miremos con la misma mirada de amor y don que experimentó Jesús.